En este diario de viajes compartiré algunas de mis vivencias sobre los diferentes lugares en los que he vivido: Madrid, Londres, Montevideo, Harbin y ahora Moscú. Cuando hable de alguien no pondré su nombre, si alguna vez patino confío en que me disculpéis. En la medida de lo posible y de que me apetezca, trataré de que el título o algunas palabras de cada entrada estén relacionados con diversos aspectos musicales y contengan enlaces para que podáis escuchar canciones. Espero que os entretenga.

Ligas de Campeones

A pesar de que me gusta mucho el deporte en general y el fútbol en particular, transcurrieron varias semanas hasta que me decidí a visitar un estadio y fue a consecuencia de la visita a la ciudad por parte de unos amigos. Durante mi estancia en marzo pasé por delante del gran recinto de críquet ubicado en Oval, pero no cuenta porque aún no me he enterado de las reglas del juego, tarea que tengo pendiente.

Por problemas con el suburbano llegué tarde a su encuentro y me quedé sin conocer el campo del oligarca ruso que fichó al ya no tan niño: iré en otra ocasión. Tras una hamburguesa regada por un zumo de manzana y unas pintas nos acercamos a la casa de su vecino y máximo rival, el club profesional más antiguo de Londres. Antes de llegar entramos en su tienda oficial y nos compramos algunos artículos, entre los que destaco esta bandera por motivos obvios.


El recinto deportivo se encuentra a la orilla del Támesis y cerca del puente cuyo nombre inspiró al rey del pollo frito en uno de sus no siempre merecidamente olvidados temas. Sin embargo, el protagonista del lugar es otro rey, nada menos que el del pop, a quien desde hace unos meses rinden tributo con una estatua bastante estrafalaria que, según parece, colocó el millonario dueño del club porque le salió del epidídimo y sin consultar a los aficionados: total, era su colega y el lugar le pertenece... Lo que se habrán mofado y reirán de los pobres seguidores los rivales de la Premier League...













De camino vimos varios anuncios que indicaban que la final feminina de la Liga de Campeones se jugaría allí al día siguiente. Tras partirnos de la risa por el asunto del cantante y sopesar acudir al partido nos dispusimos a retirarnos cuando apareció el autobús del equipo francés. Nos hicimos unas fotos y hablamos con una de las jugadoras, costarricense y muy simpática. También se acercó una suiza, su mejor amiga en la plantilla. El hecho de que el fútbol femenino no sea tan popular se dejó notar en que nos permitieron entrar a pie de campo con ellas durante un buen rato. Eso sí, cuando quisimos marcharnos los responsables de seguridad nos preguntaron si éramos parte de la expedición, ¡a buenas horas! Antes de abandonar el lugar les prometimos que al día siguiente regresaríamos para asistir al encuentro.

Esa noche hice los deberes para conocer un poco la historia y a las integrantes de ambos contendientes y, como somos gente de palabra, acudimos a la cita. Gracias a los precios populares (cinco libras los adultos, tres los niños) las gradas presentaban algo menos de media entrada, con muchas familias presentes. Antes de acceder una televisión nos grabó porque éramos los únicos que armábamos jaleo y cantábamos consignas a favor de nuestras jugadoras, más franchutes que ninguno, adaptando letras de varios cánticos de nuestros clubes.


El partido resultó más entretenido de lo esperado. Nuestra escuadra se adelantó a mediados de la primera parte y dominó casi todo el encuentro. El éxtasis vino cuando la helvética -que salió del banquillo en la segunda parte y, hasta entonces, había pasado muy desapercibida- marcó el 2-0 definitivo, un golazo tras un difícil control perfectamente orientado. Se acabó: insultos obligados al gerifalte de la Uefa, música de Queen y los pelos como escarpias, recordando los tiempos no tan pasados que recoge la bandera y no tiene pinta de que vaya a volver a vivir a corto plazo, según está el percal. Con este resultado se tomaron cumplida revancha de la final del año anterior, que perdieron ante el mismo rival por penaltis. Antes de retirarnos tuvimos tiempo de felicitar en persona a nuestras heroínas, aunque mi colega se quedó sin la remera que le prometió la centroamericana, que la reservó para su progenitor.

Nosotros estábamos felices, pero el duelo que el resto del mundo esperaba era el del sábado. Ese mediodía El Koala Negro se tenía que haber subido a mi chepa y morderme hasta hacerme sangrar, pero no pudo ser porque su celular nos jugó una mala pasada. Para no perder el tiempo pillé el bus 18 en Euston y me acerqué al nuevo templo del balompié. La mezcla de su aspecto y la falta de ambiente porque fui demasiado pronto provocó que la larga peregrinación me dejara bastante frío. Me dio rabia porque me quedé sin ver el tinglado que montaron en Hyde Park con motivo del asunto. A pesar de ello, tomé unas fotillos, como no podía ser menos.


Regresé a Camden para ver el encuentro en un pub del barrio. Hicimos bien en llegar con dos horas de antelación, porque posteriormente no hubiésemos podido entrar. Mucho hincha nativo vociferante, también bastante blaugrana de origen diverso, pintas por doquier. Respecto al encuentro, disfruté de lo lindo de una de las mayores exhibiciones futbolísticas que he tenido la suerte de vivir, imagino que como cualquier aficionado que lo vio desde un prisma objetivo.

Para completar el empacho futbolístico el domingo me acerqué a las casas de los dos clubes más populares del norte de la ciudad, vecinos y enemigos acérrimos. El estadio del equipo inglés de mi anfitrión de Holland Park es realmente feo, mientras que el de los cañoneros, de reciente construcción, me pareció espectacular. Lo cierto es que a los segundos les tengo mucha más simpatía, ¿será porque visten de rojiblanco?

Y llovió

Lluvia desde el autobús.

Decían que en Londres llovía mucho, pero desde que llegué sólo habían caído cuatro gotas y, las dos veces que las precipitaciones fueron algo más consistentes, tuve la suerte de encontrarme a cubierto. En las islas se encuentran muy preocupados por el asunto, ya que están viviendo la primavera más cálida desde que empezaron a registrar las temperaturas medias en 1910, según los datos de la Oficina de Meterología que recogió un periódico gratuito y los acompañó con una imagen de un terreno agrietado por la sequía.

Todo esto es cierto y ya empezaba a pensar que el clima seguiría así... hasta que me cayeron dos chaparrones el mismo día en el lapso de dos horas. El primero me pilló de camino a hacer unos recados y el segundo de vuelta a casa, en donde pude pegarme una ducha reconfortante para entrar en calor, ya que terminé caladito perdido. No me salvó ni la chaqueta impermeable que me compré en el Decathlon de Surrey Quays, igualita que la que adquirió hace dos agostos el emigrante inagotable en una de las delegaciones madrileñas del mismo establecimiento cuando íbamos camino del Sonorama, gran festival al que este año no podré acudir :-(

Desde entonces, lloviznas leves, aunque parece que el tema cambiará en breve.

Camden

Llevaba tiempo queriendo volver a visitar el mercado de Camden y, como el sábado por la tarde no tenía nada que hacer y me pilla cerca, me acerqué por allí. A algunos españoles que llevan más tiempo en Londres el lugar no les motiva demasiado porque está plagado de gente, sobre todo de compatriotas. Sin embargo, me congratuló darme cuenta que me impresionó tanto como la primera y única vez que lo conocí, allá por abril de 2004.

Me di una vuelta sin un destino predeterminado y me volví a admirar de la cantidad y variedad de productos que hay por el lugar. Como acostumbro, los comercios que más me llamaron la atención fueron los de camisetas (cualquiera que haya visto mi armario sabrá el motivo), libros, carteles y artículos deportivos varios. Prendas de algunos de mis grupos favoritos, sobre todo los mancunianos, otras en plan gracia que comprábamos en los agostos dublineses o traía mi madre cuando le daba el punto, elásticas oficiales antiguas de equipos de fútbol...

Sin saber cómo, aunque deseándolo, aparecí delante de una cibertienda de ropa que, en su día, me dejó boquiabierto y, en esta ocasión, me volvió a impactar. Aunque no es mi estilo, como suele decir una de las profesoras más majas que he conocido jamás, el lugar es alucinante, desde la estética hasta la música a todo trapo; incluso tiene una sección para adultos repleta de juguetes sexuales más o menos atrevidos. Hay que ir.

Normalmente soy de mucho mirar y poco comprar y esta vez no fue una excepción. La adquisición se redujo a un libro usado que cuenta los orígenes de los integrantes del grupo liderado por el artista/comprometido irlandés y dos carteles laminados, uno de un afroamericano que volaba como una mariposa y picaba como una abeja y otro que me enseñó uno de los bercianos que hay en mi vida, que incluye un lema que las autoridades británicas pretendieron utilizar al poco de comenzar la II Guerra Mundial para animar a sus ciudadanos pero que al final deshecharon; espero que ambos me ayuden a superar mis momentos de flaqueza, que los habrá.


Al regresar vi una tienda de deportivas, otra de mis pasiones. Algunos pares estaban en oferta, aunque eran números sueltos y casi todos grandes... peeero en esto que veo una NB Encap de color gris por 30 libras, me la pruebo ¡y me vale! No me la llevé porque tengo demasiados pares y eran de tela, poco prácticas para el supuestamente lluvioso Reino Unido, a pesar de que a este paso voy a pensar que todos los rumores eran infundados. No pasa nada, ya me daré otro capricho... y tengo en mente más de uno.

La boda

A petición de varias personas, voy a escribir algo sobre la famosa boda de Guillermo y Catalina, más conocidos por Reino Unido como Wills y Kate. Durante los días previos recibí un aluvión de información sobre los preparativos, entre los que destaco que la novia reservó un hotel entero para sus invitados o que el hermano del novio tenía preparado un discurso incendiario para dar la nota, como acostumbra, aunque parece que finalmente se moderó.

En principio mis anfitriones y yo pensamos en acercarnos a la zona del recorrido de la comitiva nupcial para empaparnos del ambiente, pero se nos hizo tarde y terminamos viendo toda la ceremonia desde casa. La intención fue acercarnos después a lugares en los que instalaron pantallas gigantes y en los que habría juerga asegurada, pero tampoco lo hicimos. Eso sí, cuando nos dimos una vuelta por la noche vimos a mucha gente disfrazada que seguía de farra, imaginad cómo iban.

Por descontado, la emisión oficial corrió a cargo de la BBC 1, "la nacional", como siempre dice el otrora Flaco de Cabestreros. Poco a poco nos enteramos de los detalles: que el vestido de la novia (muy mal maquillada, según consensuamos en el hogar brixtoniano) era obra de Alexander McQueen, que su hermana está que cruje, que las primas del novio iban horrorosas, que el susodicho es un sieso hasta para besar a su cónyuge, que en el balcón la reina cortó por lo sano prontito...

Otros destellos que leí a posteriori fueron el discurso del suegro que nunca reinará, en el que se refirió a la novia como la hija que siempre quisieron tener y no tuvieron, o las críticas al narrador de la ceremonia, que se centró más en los famosos locales que en los miembros de las familias reales a los que enfocaban menos de lo habitual, parece ser. La prensa de todas las tendencias se volcó con el acontecimiento.












Pero lo que más me impactó fue la parafernalia en los bares, tanto a favor como en contra. Por ejemplo, en un pub de Clapham tenían colgada una gran Union Jack con la foto de la pareja y miles de banderitas pequeñas iguales, en plan fiestas de pueblo.


Al mismo tiempo, en otros lugares celebraron antifiestas y, aunque no me acerqué para conocer el ambiente, hice una foto.


Mi casa

Desde que decidí marcharme a Londres busqué habitaciones en pisos compartidos, primero en un foro de españoles y después en una página local. En función de mi presupuesto limitado y de mis preferencias en cuanto a ubicación y tipo de compañía -que se fueron definiendo a medida que me empollé el plano de metro y el mapa de la ciudad y me dieron algunos consejos-, los criterios redujeron bastante las posibilidades. A pesar de ello, mandé más de 120 correos electrónicos, de los cuales no me contestaron a casi ninguno. Algunos lo hicieron con negativas a través de una respuesta automática de rechazo, mientras que otros alegaron que necesitaban alquilar el lugar tan pronto como les resultara posible... y yo llegaba muy tarde para sus necesidades.

De primeras tenía dos pisos que me podían convencer, uno a compartir con un chaval de 29 años y otro con una chica de 45. Sin embargo, como anuncié en la entrada anterior, finalmente me decidí por el de Tufnell Park porque no iba a encontrar nada mejor en esas condiciones. Bueno, antes de confirmar que me quedaba me acerqué a la zona en donde vive el chico, no fuera que metiera la pata, pero comprobé que los enlaces de transporte público eran mucho peores y había pocos comercios en los alrededores.

Ayer pasé mi primera noche en el nuevo lugar, ¡nada más británico que vivir en Churchill Road! Al llegar limpié la mugre, tarea que incluyó enrollar las alfombras que tenía y pasar por la sempiterna moqueta que posee toda casa en estas islas un aspirador Dyson, que hubiera hecho las delicias de más de una persona que conozco.

Si quería cenar y limpiar más a fondo tenía que adquirir lo necesario. Así, me acerqué a comprar al Tesco Express de Kentish Town y comprobé con agrado que en los alrededores hay de todo, hasta una biblioteca y un centro de orientación laboral. Esto promete.