Traducción para los no iniciados en spanglish. |
Las situaciones en las que me aseguran algo que luego no cumplen me enervan bastante y me cuesta disimularlo. Después de tratar el asunto durante varios minutos la única solución que me ofrecieron fue que volviera dos días después por si algún alumno había renunciado y podía ocupar su lugar; en caso contrario, tendría que esperar un mes hasta la siguiente hornada.
Este cambio involuntario en mis planes se juntó con la supuesta depresión posviaje y un día oscuro y lluvioso y, entre todos, provocaron que me diera el mayor bajón anímico desde que me encuentro en suelo británico, aunque mis amigos de aquí, incluso los más estabilizados, ya me habían advertido que tendría vaivenes emocionales. Al final todo se arregló: volví, sonó la flauta y comencé las clases. El sol no ha vuelto a brillar mucho, pero parece ser que los veranos británicos son así.
Mis compañeros proceden de lugares tan diversos como Etiopía, Letonia, Italia, Hungría, Polonia o la isla de Guadalupe, con lo cual en el aula reina un buen ambiente multicultural. Al principio tuvimos un profesor sustituto, un treintañero de típico aspecto inglés, de los que se nota que son tímidos pero que nos daba mucha bola. Posteriormente, se incorporó la profesora titular, una española que ha vivido más tiempo aquí que allí. Su manera de enseñar se enfoca a que aprobemos el examen final y eso provoca que las lecciones resulten más tediosas y que mis compañeros estén menos contentos. No estoy derretido por ella, como les sucedía a Los Ramones de Algete que interpretan la canción del título, pero cada vez que quiere un voluntario sigo contestando "Yes, I do".