Sin embargo, con la entrada ya comprada me comunicó que recibía una visita familiar y no podía venir, así que acudí por mi cuenta. No era el estreno que deseaba, pero ya estaba pagado y no pude revender en la puerta.
El evento tuvo lugar en una de las academias con nombre de elemento químico que tenía muchas ganas de conocer. El recinto me encantó y me sorprendió su público tan diverso, desde sexagenarios hasta una punka tatuada con la odiosa gata del lazo.
Los primeros teloneros tocaban música oscura que no me enganchó, mientras que el segundo era un soporífero cantautor armado con su guitarra acústica y "pinta de Jesús que vuelve", como me espetaba mi madre cuando (yo) gastaba greñas y barba.
Finalmente salió el grupo principal, del cual sólo había escuchado su último disco para no llegar de nuevas. Empezaron mal, sin siquiera asomar la gaita, cuando pusieron un telón de fondo con estampado de leopardo, que antes era choni y ahora está de moda.
Luego mejoraron, con cuatro tíos tocando los bombos ―dos a cada lado del escenario―, aunque fastidiaron una de las canciones que más me gusta. Guitarras setenteras, melodías simples, mutis a los 50 minutos y bis hasta los 90. Más que entretenido.
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Lo mejor fue que conocí a una pareja encantadora y, al terminar, nos fuimos a tomar unos algos. Él hablaba algo de español, ella sé enganchó un pedo digno de británica. Quedaron en ponerse en contacto conmigo otro día, aún les estoy esperando.