Por experiencias previas en el extranjero ya estaba al tanto sobre el hecho de que pocos no hispanohablantes saben pronunciar la jota a la española. Lo más común es que digan mi nombre como one (uno) y en los periódicos británicos abundan los ejemplos sobre ello cuando escriben sobre alguno de mis tocayos.
Ojo al doble juego de palabras con el nombre y el origen hispano del jugador. |
Así las cosas, antes de comenzar mi aventura inglesa sopesé que me llamaran Tama, uno de los diminutivos de mi apellido y por el cual me conoce mucha gente. Finalmente, deseché la idea y sólo lo empleé para crearme una nueva identidad virtual.
Sin embargo, en una pirada de olla donosil escribí algunos ripios para reivindicar el sonido tan característico de ese fonema fricativo velar sordo para mí tan querido. Tras un paso por chapa y pintura, aquí van.
Me conocen como Tama, pero a algunos las corrijo
y les pido que me menten como el cura me bendijo
y mis padres decidieron cuando sólo era un canijo.
Juan, ese es mi nombre, ¡fijo!,
en buen román paladino y con jota bien marcada.
Porque aunque todos mis motes den resultado prolijo
en función de cómo se usen a veces me da una arcada.
Muchos jambos abanderan parte de esta gran cruzada,
reconocer el fonema que tanto abunda en España.
Jesús, José, los Janeiro, la Juani, la Jaca Paca,
Los J, el de Los Planetas y el guitarra de una banda
rapera y rockanrolera que descerraja con saña.
Sus rimas irreverentes nunca tiran de navaja.
Denuncian males ajenos y yo me parto la caja.
Pero ya en el extranjero te vuelves medio majara
cuando escuchas que te llaman de un modo que no te encaja.
El yuan es moneda china y one era uno en Irlanda.
¿Tan difícil les resulta pronunciar como Dios manda?
¿Acaso es tan complicada la palabreja de marras?
Es como echar un gargajo en la jeta de un baranda
previo paso por el cuello, la laringe y la garganta.
Juan es término bonito y su dueño es una alhaja,
en los saberes prolijo, gran conversador de barra
fija de bar o garito, ya en un pub o en una tasca.
Me enfurruño, despotrico, me quejo de esta morralla.
Gimo un poco, les exijo, ¡no cejaré hasta enmendalla!
No importa cómo me llamen, con cuajo no pasa nada,
mientras sea con cariño y no se expresen con saña.
Sólo espero que al leernos a mi hermano y a mí no os hayan venido a la cabeza los siguientes versos que El Manco de Lepanto escribió en su Viaje del Parnaso:
¡Oh falsos y malditos trovadores,
que pasáis plaza de poetas sabios
siendo la hez de los que son peores [...]!